Trabajadoras bajo el patriarcado maoísta

“Agitación en China”, suplemento de Wildcat núm. 80 (invierno 2007/2008)

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Cualquiera puede pensar que el socialismo acabó con el modelo chino de patriarcado “feudal”. Por lo menos, el maoísmo mejoró la situación de las mujeres en comparación con la época anterior a la “liberación”, tanto en las ciudades como en el campo. Después de la “liberación” en 1949, la mayoría de las mujeres urbanas trabajaban en fábricas de propiedad estatal o en otros negocios, mientras que las mujeres rurales fueron desplazadas al trabajo de servicio de las comunas populares. Ello cambió su posición en la familia, también porque, debido a los bajos salarios durante la era de Mao, el sueldo de las mujeres era una parte importante de los ingresos familiares (Wang: 159). Pero, aunque las mujeres no estaban al punto de ser encerradas en casa y las nuevas leyes les trataban más o menos igual que a los hombres, su vida todavía tenía lugar dentro del marco patriarcal. El trabajo doméstico “tradicional” que tenían que llevar a cabo con mayor frecuencia resultó ser trabajo asalariado –principalmente fuera de la familia o comunidad de mujeres donde habían crecido (McLaren: 171). El régimen socialista adoptó cambios en las formas
del patriarcado “feudal” y los integró dentro de las nuevas maneras de la organización social.

En el libro “Género y trabajo en la China urbana: Trabajadoras de la generación de la mala suerte”, la autora Liu Jieyu acompañó el destino de algunas trabajadoras urbanas de la generación de la Revolución Cultural (que forman un grupo de edad nacido entre 1945 y 1960). Las mujeres fueron golpeadas más fuertemente que los hombres por los despidos que siguieron a la reestructuración de las industrias estatales después de mediados de 1990. El 62,8% de las personas despedidas fueron mujeres, pero ellas sólo constituían el 39% del grupo de trabajadores urbanos (Wang: 161). Liu pretendía encontrar qué factores jugaban un rol en esta cuestión y cómo la vida de las mujeres bajo el socialismo estaba dictada por las estructuras patriarcales y las normas sociales.

La autora, actualmente profesora de Sociología en la Universidad de Glasgow, creció en Nanjin, y su madre pertenece a quienes fueron despedidos por el danwei (unidad de trabajo) en la década de 1990. Liu habló con más de treinta mujeres de la generación de su madre, casi todas trabajadoras no cualificadas, sobre sus experiencias y su situación vital. Tanto durante el “colectivismo igualitario” de la era de Mao como en la actual “economía socialista de mercado”, las entrevistas mostraron que las mujeres habían sido desfavorecidas y discriminadas en cada una de las etapas de su vida.

Historia de la discriminación

La generación urbana de la Revolución Cultural –la primera que había nacido bajo el “socialismo”- vio los puntos centrales cambiables de la historia de la República Popular China: el “Gran Salto Adelante” y la consecuente hambruna de finales de 1950 y principios de 1960, la “Revolución Cultural” en los años 60 y 70, el comienzo de las reformas y la “Política del Hijo Único” en la década de 1980, la represión del “Movimiento Tian’anmen” al final de los 80 y la drástica reestructuración de la década de 1990.

Esas mujeres que recuerdan las campañas de la década de 1950 y el “Gran Salto Adelante” habían visto la magnitud de la consecuente catástrofe del hambre. Sus recuerdos están impregnados de la retórica estatal contemporánea, la versión oficial: el trabajo asalariado de las mujeres, su ruptura con el hogar era vista como un signo de liberación y moldea su memoria hasta el día de hoy. El término ama de casa (jiating funü) mantiene todavía una connotación negativa para ellas. Liu escribe: “aunque sus madres salieran a trabajar, ellas no estaban tan liberadas como la historia oficial nos haría creer. En el trabajo, las madres de estas mujeres sólo desarrollaban los trabajos menos remunerados en las industrias de servicio, textiles y del cuidado. Dentro de la familia, el modelo patriarcal tradicional todavía persistía. Las entrevistadas contaban que sus madres, algunas veces con la ayuda de ellas mismas, se encargaban de los asuntos domésticos, mientras los padres eran los principales proveedores del pan y quienes tomaban las decisiones.” (Liu: 27)

Las mujeres reaccionan con amargura cuando recuerdan el tratamiento preferencial de los hijos (zhongnan qingnü)1. Al comienzo de la década de 1950, el régimen todavía animaba a las mujeres a tener tantos hijos como fuera posible. Ello llevó a un crecimiento enorme de la población. En las familias, los chicos eran tratados mejor que las chicas, y tenían mayores posibilidades de ser elegidos para recibir educación (superior). Las chicas tenían que hacer las tareas del hogar, incluyendo cuidar a los hermanos menores y a los abuelos. Todo ello, a cambio, afectó a su educación escolar. “Las propias mujeres atribuían el abandono de su educación a las actitudes ‘feudales’ tradicionales. Sin embargo, en un mercado laboral tendente a marginar a las mujeres, la inversión en la educación de un hijo es una decisión racional.” (Liu: 29) De esa manera, debido a la división sexual del trabajo y al privilegio “tradicional” de los varones, las mujeres tenían menos oportunidades en la vida, en recibir educación –y, después, en el mercado laboral.

Durante la Revolución Cultural, a partir de la segunda mitad de la década de 1960, había eslóganes como “Ahora que los tiempos han cambiado, hombres y mujeres son iguales”, al mismo tiempo que todas las demandas o referencias feministas a los problemas especiales de las mujeres eran criticados. Se les consideraba “burgueses” (Honig: 255). El origen de clase era un factor decisivo que determinaba si alguien sería agredido y reeducado o no. Para las mujeres, la mayoría de criterios de asignación de clase eran el origen (del padre) y el matrimonio (origen del marido).

Los niños de los denominados “enemigos de clase” tenían que tratar no sólo con los ataques a sus padres, sino que también ellos tenían problemas en la escuela y eran excluidos de muchas de las actividades –o no querían participar, porque estaban hartos de todos esos ataques y disculpas. Las familias de la élite que fueron agredidas durante la Revolución Cultural podían todavía utilizar sus conexiones para asegurarse que sus hijos recibirían educación o formación profesional, mientras que los hijos de los trabajadores –con o sin (pretendidos) “antecedentes de buena familia”- no podían terminar su educación, porque las escuelas estaban cerradas y los niños eran enviados al campo.

La primera oleada de niños enviados al campo tuvo lugar entre 1966 y 1968. La educación escolar o la formación profesional de esos jóvenes fue interrumpida o detenida para bien. Todavía hoy el pueblo chino dice que esa generación “no ha aprendido nada”. La razón oficial era que la “juventud intelectual” (zhishi qingnian) tenía que ser reeducada en el campo. En realidad, había también otras razones detrás de ello, como por ejemplo, el descenso del desempleo urbano. Pero no todos los niños fueron enviados al campo. Los estudiantes de las escuelas profesionales pudieron permanecer en la ciudad, así como una pequeña cuota de cada aula escolar. Los padres con buenos contactos también tenían la oportunidad de mantener a sus hijos en la ciudad.

Una segunda oleada fue enviada entre 1974 y 1976. Esta vez el criterio principal fue cuántos niños había tenido cada familia en la ciudad y cuántos habían sido ya enviados al campo. Las familias con más niños en la ciudad tenían que enviar más al campo.

En el ámbito rural, los hombres y mujeres trabajaban en diferentes grupos productivos. Los hombres tenían que llevar a cabo el pretendido trabajo “más duro”. Por ejemplo, tenían que transportar los sacos con las semillas de arroz, mientras que las mujeres tenían que plantarlas –a menudo, permaneciendo en cuclillas durante horas. La dificultad de cada tarea era evaluada por “puntos de trabajo” (gongfen). Una mujer recuerda: “En nuestro ámbito, el trabajo del hombre valía diez puntos. La mayoría de ellos conseguía 8,5 puntos. El mejor conseguía diez puntos. En cuanto al trabajo de las mujeres, la máxima puntuación eran 5,5 puntos”. Otra mujer declara: “Nosotras sólo valíamos la mitad del trabajo.” (Liu: 34)

Las mujeres entrevistadas, no obstante, hablan con orgullo sobre sus duras tareas y las penurias que tuvieron que soportar en el campo. Utilizan el término “chi ku“, literalmente: comer amargura. “Ninguna de ellas dudaba que el trabajo era una parte ineludible de su vida. En este sentido, la campaña estatal determinó sumamente sus identidades de género al imponer su identidad como trabajadoras; pero, al mismo tiempo, a pesar de la retórica oficial, experimentaron una división de las tareas en el trabajo que las hacía inferiores a los hombres.” (Liu: 35)

En las entrevistas, las mujeres evitan hablar sobre su propia participación en los Guardas Rojos de la Revolución Cultural. Subrayan el caos, como consecuencia de los ataques políticos y la interrupción de la educación escolar, pero cuando se trata de su propia participación parecen “personas ajenas, seguidoras o simpatizantes silenciosas” (Liu: 36).

“Evitar continuamente la etiqueta de ‘Guarda Rojo’ en los recuerdos de las mujeres de la Revolución Cultural está relacionado con la representación posmaoísta de los Guardas Rojos como ejecutores de violencia e ataques injustificados y muestra cómo los recuerdos sobre el pasado de las mujeres fueron reconstruidos de acuerdo al presente a través de un relato públicamente disponible.” (Liu: 37)

Aunque la violencia de los Guardas Rojos fuera dirigida contra los “enemigos de clase”, estaba todavía muchas veces “sexualizada” y “dotada de género”. Muchas mujeres jóvenes fueron expuestas a agresiones sexuales: en el campo, por parte de los cuadros locales y, en las ciudades, por los Guardas Rojos y otras bandas (Honig: 256, ver también Xinran: 160, 185). Durante la Revolución Cultural, las mujeres fueron atacadas porque vestían ropa a la moda o parecían “femeninas”. Las Guardas Rojas se vestían como hombres. Cualquiera que se hubiera comportado como mujer podría haber sido vista como un “elemento retrógrado” (luohou fenzi). Hubo casos en los que mujeres fueron agredidas bajo el pretexto de “inmoralidad sexual”. Una mujer cuenta: “En esa época, la gente era agredida por tener un mal origen de clase. A las mujeres, en aquel tiempo, la gente les decía, tienes “problemas de estilo de vida” [eufemismo de inmoralidad sexual]. Esos problemas de estilo de vida hubieran supuesto un golpe enorme para ti. Cuando no tenían razones para agredirte, te decían que tienes problemas de estilo de vida. Recuerdo que, durante la Revolución Cultural, aquellas mujeres sobre las que se decía que tenían problemas de estilo de vida portaban una cadena de zapatos gastados alrededor de los hombros, desfilando por las calles, siendo estigmatizadas como “zapatos rotos” [eufemismo de mujer fácil].” (Liu: 38)2

Este tipo de “moralidad” también jugó un rol en el control y la vigilancia de las mujeres y de su sexualidad en el danwei. La primera generación de quienes fueron enviados al campo volvieron a las ciudades después de la muerte de Mao en 1976; la segunda generación, después de 1978. El año anterior volvieron a celebrarse de nuevo los exámenes de acceso a la educación secundaria. La mayoría de las mujeres no volvió a presentarse, sin embargo. Ya habían perdido demasiados años educativos.

A la primera generación se le fue asignado el trabajo en el danwei. La segunda generación finalizó la escuela secundaria a principios de la década de 1980. Debido al desempleo, no consiguieron que les asignaran trabajo, pero se quedaron con el cargo en el danwei de sus padres (normalmente, madres).

El trabajo en las cosechadoras estatales

De acuerdo con Liu, los líderes del danwei jugaban el rol del patriarcado familiar tradicional. La familia confuciana, teóricamente obsoleta bajo el socialismo, se transformó en diferentes formas de control cotidiano y discriminación3. La cultura de la familia danwei – la combinación de las esferas pública y privada – aumentó el recrudecimiento de la segregación de género en el trabajo y la división de género en la sociedad. “La movilización de las mujeres en el puesto de trabajo no llevó a la liberación que proclamaba la retórica socialista. La unidad de trabajo socialista operaba como un árbitro de las carreras profesionales de las mujeres y de sus vidas personales, y continuó la función patriarcal de las instituciones prosocialistas. En consecuencia, las trabajadoras quedaban en una desventaja social mayor que sus homólogos hombres y salieron perdiendo en la reestructuración económica.” (Liu: 86)

“El danwei no era neutral en cuanto a género; al revés, el género era una compleja pieza de los procesos de control.” (Liu: 64) La asignación de los lugares de trabajo siempre seguía las líneas del género (sin expresarlo abiertamente). La segregación específica de género en el trabajo era horizontal y vertical. La segregación horizontal describe la diferencia entre industrias “pesada” y “ligera”, pero la distinción era arbitraria. “Esta división del trabajo dio por supuesta la diferencia ‘natural’ entre hombre y mujeres y sugirió la suposición subyacente de que el ‘débil’ físico de las mujeres era más adecuado para el trabajo ‘ligero’.” (Liu: 42) A los hombres también se les asignaban los trabajos que exigían “capacidades”, mientras que las mujeres tomaban los puestos menos cualificados. En cuanto a los casos de las dos compañías estatales de Guangzhou, Wang escribe: “A los hombres se les asignan de manera abrumadora los trabajos técnicos y a las mujeres, los trabajos no técnicos, auxiliares y de servicio, sin tener en cuenta su nivel de estudios. Esta jerarquía de empleo basada en la diferenciación de género estableció la posición subordinada de las mujeres y moldeó su propia autodefinición.” (Wang: 159, consultar también: 168/9) Ya en la década de 1980 existía una tendencia iniciada por el Estado de trasladar a las mujeres a las “secciones auxiliares” (departamentos como limpieza, cantina, clínica de la fábrica), para reducir el exceso de mano de obra (Liu: 43).

La segregación vertical describe las oportunidades de promoción. En el danwei chino, todas las personas empleadas son trabajadores (gongren) o cuadros (ganbu). Entre quienes se pueden convertir en cuadros están: 1.) exsoldados, por lo menos en el rango de jefe de sección; 2.) graduados de formación profesional; 3.) trabajadores que han conseguido una promoción interna. Muy pocos soldados eran mujeres. Las mujeres fueron marginadas para recibir educación superior o formación profesional. Así que sólo les quedaba una única opción. Había tres niveles jerárquicos de cuadros: jóvenes, medios y maduros. Las mujeres generalmente sólo conseguían el primer nivel. Y aquéllas que lo conseguían, alcanzaron posiciones más que simbólicas (por ejemplo, líder de la Liga de la Juventud). Otra condición previa para la promoción y para evitar ser despedido en la década de 1990 era la afiliación al Partido, y también aquí las mujeres eran marginadas.

El hecho de que las mujeres trabajaban en las industrias y segmentos de menor salario se debía a esta segregación horizontal y vertical.4 Dos aspectos fueron decisivos: biaoxian, literalmente actuación o conducta, aquí más precisamente el cumplimiento del trabajo y el comportamiento políticamente correcto, según lo juzgado por los superiores; y guanxi, los contactos y enchufes con empleados de estatus superior o funcionarios y el reparto de favores. Ambos están conectados, ya que incluyen formas de presión, obediencia, buena conducta y “trabajo emocional”. La distribución de los salarios, beneficios y ascensos se basaba en la evaluación del biaoxian. Además del cumplimiento del trabajo, el comportamiento social también estaba controlado, para el que también existía un aspecto moral: el de si una mujer se comporta correctamente de acuerdo a su estatus, sexo y rol (por ejemplo, como madre). Los guanxi eran y son la base para ganarse la cortesía de los superiores y de los funcionarios. Ellos juegan un papel fundamental en todos los aspectos de la vida social en China, como puede ser conseguir un trabajo o un piso, o promoción interna. Debido a que las mujeres tienen un estatus inferior en el danwei, los trabajadores y las trabajadoras intentar crear buenos contactos principalmente con hombres de posiciones superiores. Las mujeres a menudo sólo tienen contactos con los cuadros inferiores, cuadros de baja influencia, “malos guanxi“.

Después de todo, las mujeres no podían prestar mucha atención a los biaoxian y guanxi, porque tenían que encargarse no sólo del trabajo asalariado sino también de las tareas domésticas. Además, muchas veces vivían en el danwei del marido (o trabajaban allí en posiciones inferiores), así que a menudo no tenían ninguna red personal y tenían que depender del guanxi del marido. Cuando las mujeres podían crear buen guanxi, conseguían la fama –incluso entre las compañeras de trabajo- de haber mercadeado con servicios sexuales. Los hombres en posiciones superiores, de otro lado, utilizaban su estatus y ejercían presión sexual sobre las mujeres o les molestaban. Las mujeres tenían que desarrollar estrategia para evitar esas situaciones sin que finalmente los superiores se convirtieran en enemigos y sin ganarse una mala reputación entre el resto de trabajadores. “La regla de oro para las mujeres para mantener una buena reputación es evitar el contacto cercano con los hombres, lo cual entraba en tensión con las prácticas de biaoxian y guanxi.” (Liu: 64) Las mujeres tenían un espacio limitado para evitar la presión. Se mantenían como meras trabajadoras hasta que eran despedidas.

Según Liu, la vida en el danwei estaba determinada por las maneras de familiaridad. Subraya cuatro aspectos: los matrimonios convenidos (arreglo de parejas para los jóvenes), la asignación de vivienda (un incentivo para casarse), la vigilancia de la vida familiar (para estabilizar los matrimonios) y la planificación familiar (por ejemplo, el control de la población).

En China, los matrimonios convenidos (arreglo de parejas) está visto como una tarea honorable y virtuosa. A menudo mucha gente, cuadros y meros trabajadores, se involucran en convenir matrimonios para los más jóvenes. Bajo el maoísmo, también estaba visto como una tarea del danwei. Los inconvenientes llegaban cuando una persona propuesta era rechazada o cuando había problemas durante el matrimonio, porque ello también afectaba a la relación con el casamentero que arregló el matrimonio. Las mujeres que no se querían casar eran vistas como “raras”. Algunas se casaban simplemente para escapar de la presión social y de la discriminación. Muchos chinos son más tolerantes en lo relativo a los hombres solteros. El límite aceptable para casarse es la edad de 25 años para las mujeres y 35 para los hombres.

La asignación de la vivienda (un incentivo para casarse) era un problema general. Los pisos eran escasos y tenían que ser asignados por el danwei. Los trabajadores eran unos privilegiados. A menudo sólo hombres podían solicitar un piso. Los hombres solteros encontraban sitio en una habitación compartida; las mujeres solteras debían permanecer con su familia. Las apariencias tradicionales continuaban: la mujer se convertía en parte de la familia (aquí: danwei) de su marido. “Este arreglo de vivienda en el danwei reforzaba aún más la tradicional idea de la dependencia femenina hacia el matrimonio y la vida familiar”. (Liu: 69) Las madres transferían esta ideología a sus hijas. Les cuidaban, hasta que encontraban trabajo y se casaban. Entonces, esperaban que la familia del marido de su hija les otorgara un piso (y dinero para la boda). En caso de problemas maritales, las mujeres debían hacerse cargo de la situación de convivencia. Como no tenían piso de su propiedad, debían mudarse otra vez con sus padres. Pero incluso antes ya tenían problemas, por ejemplo, a causa de los largos desplazamientos diarios al trabajo (a otro danwei) o porque tenían que cuidar de sus hijos en una guardería de otro danwei. Hoy en día existe un mercado de alquiler de pisos, pero las rentas son tan altas que la mayoría de las mujeres no se lo pueden permitir.

La vigilancia de la vida familiar (para estabilizar los matrimonios) se daba dentro del danwei. Los cuadros tenían interés en mantener buenas relaciones entre los trabajadores y otros residentes. En caso de conflicto, intervenía el “comité de reconciliación” o el “comité de vecinos”. “Sea cual fueran las justificaciones que ofrecían los comités a la gente que reclamaba, intentaban persuadir a las mujeres para que cumplieran con las expectativas sociales de género y para que se comprometieran a mantener la armonía familiar”. (Liu: 71) Por ejemplo, advertían a las mujeres, cuyos maridos tenían relaciones extramatrimoniales, que se preguntaran qué habían hecho mal. A pesar de toda la retórica socialista sobre la igualdad de derechos en la familia, en realidad la ideología tradicional de los roles de género prevalecía. En las unidades de vivienda del danwei, las mujeres eran también controladas por los vecinos, quienes informaban a los comités.

La planificación familiar (el control de la población) en China conoció varias fases. Desde la década de 1950 hasta la de 1970, China vio – con el respaldo de la propaganda del Gobierno – altos índices de natalidad. La única excepción fue el período del “Gran Salto Adelante” a principios de los años 60, cuando la inmensa presión del trabajo, la precaria situación de abastecimiento y las hambrunas redujeron el índice de natalidad. Después de 1979 comenzó el control público de la natalidad con la Política del Hijo Único. El liderazgo del danwei controlaba el cumplimiento reproductivo de las trabajadoras. “Es en el cuerpo de las mujeres donde tienen lugar todos los procesos impuestos como el examen minucioso, el aborto obligado, el uso de servicios de salud obstétrica.” (Liu: 74) Se suponía que las mujeres debían tener un único hijo y que renunciaban a tener más por el bien de la “nación”, pero paradójicamente las mujeres también podían utilizar en parte la Política del Hijo Único en su propio beneficio: algunas renunciaron a tener más hijos, para tener mayor libertad. Otras consideraban (y consideran) a la Política del Hijo Único simplemente como “otro sacrificio”5 que tienen que hacer por el Estado (Liu: 76). En el caso de que el primer hijo fuera niña, las mujeres eran presionadas. El patriarcado socialista y tradicional colisionaba aquí: la familia esperaba un varón para continuar con la línea familiar, el Estado sólo permitía un hijo. Las mujeres tomaron la mayor parte de la carga, y su comportamiento era controlado6.

Liu también analiza el control sobre el tiempo desde la perspectiva de la división del trabajo en base al género. Teniendo en cuenta que la definición de tiempo difiere del tiempo de trabajo asalariado, es una manifestación de la discriminación de género, Liu comienza por diferenciar cuatro tipos de tiempo: el tiempo necesario, contratado, comprometido y libre.7 “El tiempo necesario se refiere al tiempo que se necesita para satisfacer las necesidades fisiológicas básicas como el sueño, la alimentación, el cuidado personal e higiene, y el sexo. El tiempo contratado se refiere al mero trabajo remunerado. El tiempo para viajar al trabajo estaría incluido aquí. El tiempo comprometido abarca las tareas domésticas, ayuda, cuidados y asistencia de todo tipo, en particular, lo que atañe a niños, compras, etc. El tiempo libre es el tiempo sobrante después del resto de tareas temporales descritas”. (Liu: 76/7) “La riqueza del tiempo depende de tener suficiente cantidad de tiempo, control sobre el tiempo y en tener parecidos ritmos de tiempo al resto de los miembros de la familia. Liu declara que “el tiempo personal es soberanía”. (Liu: 83).

La organización del danwei creaba a las mujeres, continuamente, crisis de tiempo y jugaba un rol importante en sostener la jerarquía de género. Aunque las mujeres tuvieran un puesto de trabajo asalariado y, por lo tanto, tuvieran que dedicar tiempo al trabajo (“tiempo contratado”), no veían atenuada la tarea “tradicional” de ser “una buena esposa y madre”. La mayoría de las mujeres que Liu entrevistó trabajaban con maquinaria en un relevo de tres turnos. Estaban subordinadas al tempo de la maquinaria, mientras que los hombres en sus puestos de trabajo se hacían con tareas que les permitían mayor control sobre el tiempo (turnos de día, mantenimiento, trabajo de oficina…). Las mujeres tenían que resolver constantemente crisis de tiempo, causadas por el relevo a tres turnos que desdibuja la noche y el día, y por los conflictos entre el tiempo “contratado” (trabajo, desplazamientos) y el “comprometido” (tareas domésticas o “cuidado del hogar”, niños) (Liu: 79). Eso conducía normalmente a un conflicto constante entre el trabajo asalariado y las tareas familiares, y a la extenuación. Muchas mujeres cambiaban sus lugares de trabajo –independientemente del biaoxian y guanxi– por puestos de trabajo a menudo inferiores y menos remunerados, que dejaban más tiempo a las mujeres.

A pesar de que el danwei ayudaba parcialmente a las trabajadoras en ambas cuestiones, trabajo asalariado y tareas domésticas, tales acuerdos también significaban que las mujeres no eran vistas como trabajadoras “en sí”. Las “distracciones familiares” eran uno de los factores de decisión para despedir en primer lugar a las mujeres (Liu: 81).

Las mujeres también resultaban desfavorecidas atendiendo al tiempo de no trabajo (tiempo no contratado). En el danwei, todos los trabajadores, hombres o mujeres, tenían que acudir a las reuniones fuera del tiempo de trabajo, por ejemplo, a sesiones de estudios políticos. En la década de 1980, se implantaron pruebas de evaluación a superar antes de conseguir un ascenso. Había que realizar la preparación para las pruebas fuera del horario laboral. Las mujeres tenían mayores problemas en invertir tiempo, porque estaban ocupadas con el trabajo doméstico, cuando no estaban realizando trabajo remunerado. De acuerdo al estudio de la Federación de Mujeres Chinas, las mujeres dedicaban 260 minutos al día al trabajo doméstico, los hombres dedicaban 130 minutos (Liu: 82).8

Las mujeres no tenían mucho tiempo tampoco para actividades sociales. Debido a la tradicional discriminación por género, las posibilidades de las mujeres casadas de socializarse con otra gente eran limitadas. Ellas permanecían “virtuosamente” en el hogar, y establecían relaciones sociales predominantemente durante las horas de trabajo. Es ahí donde intercambiaban información y formaban redes sociales. Sin embargo, la mayor parte de los temas de conversación giraba alrededor de los roles tradicionales como esposas y madres, reforzando tales roles aún más.

Regreso a la casa y al hogar

En la fase de reforma después de 1978, la brecha salarial se ensanchó y la segregación por género del mercado laboral aumentó. Ya a partir de los primeros años de la década de 1980, existían campañas por el “regreso al hogar” (hui jia) de las mujeres urbanas. En esa época, más de diez millones de “jóvenes devueltos del área rural” se añadieron al creciente desempleo urbano y el retorno de las mujeres a la casa y al hogar se suponía que lo iba a reducir. Las mujeres debían dejar el danwei para incrementar la productividad de la economía socialista planificada, también. Se les pidió que se sacrificaran otra vez por la “nación” (Wang: 163/4).

Con la reestructuración de la década de 1990, cada vez más después de 1997, el 85% de los despidos se daban en el danwei industrial, alcanzando a las mujeres con mayor severidad. Existían varias razones: el porcentaje de la fuerza de trabajo del danwei industrial era especialmente alto. El sexo y la edad eran factores críticos para elegir a los trabajadores que eran entonces despedidos, no tanto en base a su educación y capacitación. Muchas mujeres sólo tenían 40 años cuando se tuvieron que retirar y dejar su trabajo, los hombres solían tener 50 años o más.9 Ello era respaldado por la idea de que los hombres, siendo ancianos, pueden aún trabajar mejor que las mujeres. Cuando la situación de la compañía cambiaba (porque recibían nuevas órdenes…), los hombres tenían mayores probabilidades de ser llamados de nuevo o “contratados”, incluso cuando ya se habían jubilado previamente. Además, los departamentos auxiliares y de servicios –donde trabajaban las mujeres- eran los primeros en ser desmantelados.

Los guanxi (enchufes/contactos) jugaron un importante rol en ello. Los hombres tenían mayores oportunidades de evitar jubilaciones forzadas, y las cargas financieras que acarreaban con ellos, utilizando sus contactos y enchufes o pidiendo ser trasladados a otro departamento. Pero Liu también describe cómo las mujeres a las que ella entrevistó no aceptaban simplemente ser despedidas o jubiladas, sino que buscaban maneras de defender sus intereses. Pedían ser trasladadas, dadas de baja por enfermedad, utilizaban los guanxi de sus maridos o simplemente se dirigían hacia la mejor manera de ser despedidas o jubiladas. Algunas mujeres también aceptaron el desmantelamiento, porque después tendrían más tiempo para sus tareas familiares –siempre y cuando fuera económicamente sostenible. En el caso de que sus maridos les apoyaran, también. Ambos, marido y mujer, veían el trabajo de la mujer como una fuente de ingresos adicionales, mientras que el trabajo doméstico era visto como la responsabilidad principal de la esposa. Pero esta “elección” era limitada.

Wang cita a un jefe que dejó claro que despedían mujeres primero porque esperaban menor resistencia. Declaró: “si despides a hombres, se emborrachan y crean problemas. Pero si despides mujeres, se van tranquilamente a casa y lo guardan en silencio para ellas.” (Wang: 162) Esto da a entender una estrategia de los cuadros del Partido y de los dirigentes de la fábrica, cuyo propósito principal era evitar conflictos sociales. Calculaban lo que causaba menor agitación, despedir a una mujer de una familia y no a un hombre. Después de ser despedida, la gente perdía el piso, pero no otras prestaciones como la atención médica. Resultaba especialmente duro para aquellas mujeres que eran “compradas”, es decir, quienes conseguían una compensación y cuyo enchufe en el
danwei terminaba después. Una antigua trabajadora declaró sobre ello: “No tenemos contacto con nuestro anterior danwei, nos trataron como se tira a la carne podrida.” (Liu: 107)

Las mujeres suspendidas de trabajo encontraron poco apoyo en las recientemente adoptadas formas de las “tres garantías”, los pagos de pequeñas prestaciones para las trabajadoras despedidas. Debido a la crisis financiera del danwei y a la corrupción, las “garantías” no funcionaron. Al terminar el apoyo financiero estatal, las mujeres tuvieron que recurrir a actividades informales que fueron en aumento desde que comenzó la transformación hacia una economía de mercado. El declive del danwei o la reducción de plantilla femenina reforzaron las conexiones familiares de las que las mujeres deben depender ahora.

En algunos casos, las mujeres despedidas se apoyaban unas a otras. La presión para encontrar un nuevo trabajo era grande –en parte debido a los problemas económicos después del despido, en parte porque los niños estaban en la pubertad y los costes de su educación y formación profesional aumentaban y debían ser cubiertos. Mientras buscaban trabajo, el guanxi volvía jugar un rol principal, los enchufes con la gente de poder e influencia, pero también algunas formas de “capital social”, las redes de las propias mujeres, por ejemplo, con antiguas compañeras, eran recursos a los que poder recurrir.

Las mujeres encontraban trabajo principalmente en los segmentos más bajos del mercado laboral o como precarias vendedoras callejeras, resultado de su antiguo bajo estatus social a la par que “mal guanxi“.10 “Las mujeres con pobre capital social quedaban atrapadas en un círculo vicioso de trabajo a tiempo parcial, poco remunerado y no cualificado, que sólo generaba más capital social pobre. Los antiguos cuadros podían mantener su posición social; los trabajadores eran vulnerables a la movilidad descendente” (Liu: 115). La creación de redes en base al género reproduce la segregación del mercado laboral. Las mujeres despedidas eran demasiado viejas para los puestos de trabajo recientemente creados en servicios “privados”, eran demasiado poco cualificadas, y no eran lo suficientemente jóvenes ni encantadoras. Las mujeres jóvenes y atractivas, que fueron empujadas al mercado laboral desde el área rural o justo al terminar la escuela, conseguían esos puestos. Las mujeres, considerando todos los problemas, aceptaban a menudo trabajos poco remunerados, mientras que los hombres los rechazaban porque veían indigno tener que realizar trabajos inferiores de baja reputación. En algunos casos, las mujeres no buscaban nuevos trabajos a causa de sus obligaciones y tareas domésticas. “Se convirtió en una criada de la familia a tiempo completo”, escribe Liu sobre una mujer. (Liu: 115). La mayoría de las mujeres tenía que cuidar no sólo de su propia familia, sino que también eran utilizadas como trabajadoras no remuneradas por otros miembros de la familia política.

Las mujeres a las que Liu entrevistó realizaban la mayor parte del tiempo trabajo asalariado, pero ninguna de aquéllas que trabajaba en la economía privada tenía un contrato de trabajo o jornada laboral regulada, si trabajaban a tiempo parcial. Muchas eran molestadas e insultadas por sus jefes. Las autoempleadas (como trabajadoras autónomas) perdían dinero y eran acosadas por las autoridades. Ello producía una cierta nostalgia por la situación anterior en el danwei, especialmente por la “seguridad” social de aquel tiempo. Solamente aquellas pocas que habían empezado una carrera profesional exitosa consideraban la reestructuración y la transformación social positivas, porque apreciaban las nuevas “libertades”.

La siguiente generación

Liu entrevistó también a las hijas de las mujeres. Muchas de ellas nacieron después del comienzo de la Política del Hijo Único. Al contrario que la experiencia de sus madres, ellas eran el centro de atención de sus familias. La familia “tradicional” china estaba centrada en los padres, es decir, las necesidades de los padres se situaban por encima de las de los hijos. Los hijos debían respetar y honrar a sus padres. Cuando la primera generación de la Política del Hijo Único creció, esta vieja constelación se derrumbó poco a poco.11

En el danwei, la Política del Hijo Único era impuesta12 de manera muy estricta, para que muchas familias pudieran tener sólo una hija. En consecuencia, se cerraba de manera parcial la brecha educativa entre chicos y chicas. Muchas mujeres de la “generación infeliz”, que habían disfrutado de una pequeña educación y experimentado muchos contratiempos en sus vidas, invirtieron mucho en el desarrollo y formación profesional de sus hijas “para hacer realidad indirectamente sus sueños no cumplidos” (Liu: 126).

El trabajo de los niños recaía todavía sobre los hombros de las madres, los padres permanecían alejados de ello. En algunas familias, la madre se ocupaba de todos los aspectos de la vida; el padre, simplemente de cuestiones educativas. Las madres intentaban adaptar su propio trabajo a las necesidades del hijo, por ejemplo, cambiando los turnos rotativos a turnos de día, para tener más tiempo para el hijo –incluso si ello implicaba aceptar desventajas en el trabajo.

La “generación infeliz” de mujeres sufrió tres cargas: tenían que “honrar” a sus propios padres y atender sus necesidades, lo dieron todo por sus hijo(s), y tenían que responder a las demandas de sus maridos. Después de ser despedidas del danwei –su “regreso al hogar”-, se convirtieron temporalmente o definitivamente en madres a jornada completa. A sus hijas les gustaba eso, porque sus madres tenían más tiempo para ellas y cocinaban todos los días. Las hijas aceptaban que sus madres habían sido despedidas por trabajadoras no cualificadas. Lo consideraban un sacrificio necesario de la vieja generación durante la transformación a una economía de mercado. Para ellas, la “sociedad” con sus intereses se situaban por encima de las “personas”. Apoyaban las reformas, aunque eran responsables de que sus madres perdieran su trabajo y la seguridad del danwei. Y aceptaban los eslóganes y explicaciones oficiales que justificaban las dificultades sociales que acompañaban a las reformas: estimulación de la iniciativa propia, apoyo a las jóvenes empleadas como trabajadoras domésticas en el danwei,
mayor espacio para los trabajadores jóvenes.

Las hijas saben lo que sus madres deseaban y esperaban de ellas, y también ellas mismas tienen ambición. “El deseo de las hijas por el éxito refleja los valores de competencia y eficiencia que se habían promovido en la transición a la economía de mercado.” (Liu: 133) Las hijas no quieren, de ninguna de las maneras, repetir el pasado de sus madres. Mientras que para las madres, el trabajo asalariado era solamente un trabajo, donde el ascenso y la carrera profesional no eran tan importantes, las hijas son diferentes. Ellas piensan en su desarrollo personal. No se quieren sacrificar por la familia, no quieren vivir para sus hijos (o para sus padres) (Jaschok: 122). No obstante, las hijas utilizan en parte los servicios de sus madres, quienes cuidan a sus nietos, mientras las hijas dirigen su propia vida y emplean su tiempo de otra manera. Las hijas no quieren sacrificarse por la familia, pero dejan a su madre exactamente en esa situación.13

Mientras que pocas madres reconocían la discriminación de género como la razón de su despido y los inconvenientes añadidos a las diferencias biológicas, las hijas eran más conscientes sobre las disparidades de género. Las hijas experimentan la discriminación en el mercado laboral, acoso sexual y violencia que limitan su espacio y oportunidades. “Las mayores restricciones sociales sobre la mujer son omnipresentes en la China posmaoísta” (Liu: 135). Las mujeres jóvenes tienen sus propios objetivos, planean sus carreras profesionales. Subrayan su independencia –pero al mismo tiempo esperan un futuro con un marido “que gane el pan” para su familia nuclear. Liu se refiere a Maria Jaschok aquí: “Jaschok interpretaba ‘los deseos recién despertados [de las mujeres jóvenes] por cambiar y adaptarse’ más como una ‘modernización de los modelos establecidos que como una experimentación con modos de vida alternativos’” (Liu: 135/6; Jaschok: 126). Y Liu añade: “Las hijas parecen sostener valores duales, que fueron inculcados por el pasado y el presente, la tradición y la modernidad; las contradicciones en sus valores eran representativas de las tensiones y fricciones que surgían de estas ideologías contrarias” (Liu: 136). Tienen que portar a la vez orientaciones individualistas y colectivistas. Quieren una vida moderna e independiente sin discriminación sexista, pero se aferran a la “promesa de felicidad” a través del matrimonio y de tener hijos.14

La investigación de Liu muestra que las mujeres proletarias –especialmente las más mayores- tenían (y todavía tienen) que pagar la mayor parte de los costes de las reformas económicas en China. Los despidos de mujeres del danwei fue el resultado de “la culminación de toda una vida de desigualdades de género” (Liu: 143), desde el Gran Salto Adelante hasta hoy. Las peores oportunidades educativas, mayores cargas en los hogares y familias, mayor presión en su vida cotidiana, vigilancia más estricta de su comportamiento personal, estrecho control de la sexualidad y de la reproducción, menores oportunidades de ascenso en el trabajo, una limitada red social, sueldos más bajos: la lista de los resultados de la discriminación estructural y personal de las mujeres es larga. Todavía, las mujeres de la “generación infeliz” se aferran a creencias de “diferencia natural entre hombres y mujeres” y la disponibilidad “femenina” para hacer sacrificios. No pueden simplemente deshacerse de la herencia patriarcal del confucianismo, la patrilinealidad15 y el estricto control de la castidad y la monogamia de las mujeres. Y, aunque sus hijas intenten encontrar su propio camino, no han roto completamente con los conceptos “tradicionales”. Sin embargo, lo que queda es la esperanza de que las mujeres jóvenes luchen con éxito por un mayor control sobre su propia vida.


Bibliografía

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Notas

1 El término correspondiente a “adultos” es nanzum nübei, parecido a: las mujeres son inferiores a los hombres. Estos eslóganes sexistas son parte de la papilla (neo) confuciana que todavía paraliza muchos discursos sociales en China.

2 Aún hoy muchos chinos emplean este término. Por ejemplo, las mujeres divorciadas, especialmente aquéllas con niños, tienen a menudo problemas en encontrar una nueva pareja, porque son vistas como “zapatos gastados”. Conseguir el divorcio en China hoy no es una promesa de (nueva) independencia, sino de soledad, inseguridad económica y chismorreo (consultar Jaschok: 119).

3 No se trató únicamente de las estructuras feudales patriarcales adoptadas (algo que ocurrió en otros países asiáticos también). Las nuevas versiones de las unidades gubernamentales imperiales en China, desde los mandarines hasta llegar a los jefes de las aldeas, se podían encontrar también en las estructuras socialistas.

4 Todavía, Wang señala que una razón para la aceptación de la asignación en base de género de los trabajos menos cualificados a las mujeres se basa en el hecho de que la diferencia de salarios y beneficios en un danwei es bastante pequeña –en conformidad con el igualitarismo de los maoístas. Otro factor era que la situación de las mujeres de las ciudades que trabajaban en un danwei era mucho mejor que la de las trabajadoras del campo.

5 Sobre los antecedentes confucianos y nacional-socialistas de la noción de sacrificio (hacia el emperador, el Estado, el Partido, la familia), consultar Zuo: 16.

6 China hoy tiene muchos más hombres que mujeres porque muchos padres hacían la prueba del sexo al bebé antes de nacer –y si era una niña, abortaban el feto. La relación entre hombres y mujeres es alrededor de 117 hombres por cada 100 mujeres.

7 Aquí Liu se refiere a Davies, K. (1990): Women, Time, and the Weaving of the Strands fo Everyday Life. Aldershot: Avebury.

8 Lipinsky escribe que, en 2001, en el 85% de todas las familias era la mujer la “responsable de cocinar, limpiar la ropa, fregar los platos, ordenar, limpiar y otras tareas domésticas”. Las mujeres dedicaban 4 horas diarias al trabajo doméstico; los hombres, 2,7 horas. Este cálculo medio incluía áreas rurales y ciudades. Teniendo en cuenta únicamente las ciudades, los hombres realizaban sólo 1,7 horas de trabajo doméstico al día (Lipinsky: 224).

9 Algunas veces la edad era 45 y 55: la edad de jubilación oficial era 50 años (mujeres) y 60 (hombres).

10 Trabajaban, por ejemplo, como ayudantes domésticas o taxistas. Consultar artículo sobre las ayudantes domésticas en China en la página http://wildcat-www.de/dossiers/china y la crítica de la película “The Taxi-sisters of Xi’an” en la edición alemana de “Unruhen in China”, pág. 77.

11 En el discurso público –dominado por el partido y la generación anterior- existen todavía muchas alusiones a la obeciencia a los padres, durante los últimos años incluso con referencias abiertas a las reaccionarias doctrinas confucianas.

12 No era y no es el caso en todas las áreas y grupos sociales en China.

13 La actitud de los hijos de los trabajadores que, de ninguna manera, se quieren convertir en trabajadores, pero también la de los padres que quieren algo “mejor” para sus hijos, se encuentra en cualquier lugar del planeta. Si los hijos consiguen escapar de trabajos “sucios” o no, es una cuestión diferente.

14 El dagongmei, las mujeres jóvenes que migraron del área rural a las ciudades a trabajar en las fábricas, sostenía actitudes similares (consultar Pun/Li 2006).

15 Término para un sistema patriarcal en el que cada cual pertenece al linaje de su padre; incluyendo la herencia de la propiedad, apellidos o títulos a través de la línea masculina.

 

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